¿Cómo ajustar el manejo para no perder rendimiento y competitividad?
Junto con las malezas e insectos, las enfermedades forman parte de las adversidades bióticas responsables de la mermas en los rendimientos de los cultivos extensivos. Estas disminuciones son el resultado de la interferencia que éstas producen sobre diferentes procesos de generación y partición de biomasa en el cultivo.
La ocurrencia y expresión de una enfermedad depende de la constitución genética del huésped y del patógeno, y de los factores del sistema biológico involucrado. La expresión de resistencia o susceptibilidad del cultivo y la virulencia o avirulencia del patógeno puede ser modificada por variaciones en el ambiente biótico y abiótico.
Para que una enfermedad se genere y evolucione, deberán confluir: un huésped susceptible, el patógeno virulento y un ambiente favorable. La magnitud de la enfermedad estará condicionada por el nivel de convergencia de los factores anteriormente mencionados. La elección de los genotipos y su susceptibilidad, la utilización de semillas sanas, el tratamiento de dicha semilla, la nutrición del cultivo, la elección de los tratamientos preventivos o curativos – tanto en los activos como el momento y forma de aplicación -, entre otros aspectos, resultan claves a la hora de pensar un éxito sanitario en el desarrollo del cultivo.
Conocer el funcionamiento de la enfermedad es esencial a la hora de elegir las prácticas de manejo y control. Los sistemas productivos deben generar un ambiente que sea desfavorable para el desarrollo del patógeno, disminuir el nivel de inóculo inicial y hacer uso de los materiales que mejor comportamiento demuestren ante esas adversidades.
La fuente inicial de inóculo, a diferencia de malezas e insectos, es difícil de cuantificar a campo. Necesita la presencia del huésped para poder establecer esa relación. Lo más simple es tomar la cantidad de inóculo presente a través del grado de infección sobre el cultivo (semillas, tejido enfermo, plantas atacadas o en huéspedes alternativos) y tejidos muertos (rastrojo). Esto dependerá de la forma de alimentación y la persistencia del patógeno.
Implementar un manejo racional de las enfermedades resulta una necesidad creciente y plantea un nuevo desafío a la empresa agropecuaria (Carmona et al., 2014). Esto es por la mayor incidencia con que las enfermedades se han presentado en los últimos años, el fuerte impacto que tienen sobre los rendimientos y la dificultad de establecer estrategias de control oportunas y efectivas. En los cereales de invierno, la aparición de cultivares con mayor potencial de rendimiento pero más susceptibles, ha ocasionado un cambio en el panorama de enfermedades, determinando que ciertos patógenos que se consideraban poco importantes u ocasionales, se constituyan como un problema grave, mientras que otros que ya representaban un problema, han encontrado una nueva oportunidad de crecimiento (Carmona et al., 2014).
Las principales enfermedades en las últimas campañas en trigo fueron roya amarilla, roya naranja y mancha amarilla, las que aparecen de forma cada vez más anticipada. En el caso de las manchas resulta vital el tratamiento de semillas con activos eficientes y la rotación de cultivos, teniendo en cuenta que la enfermedad sobrevive en rastrojos de trigos sucesivos. Por su parte, las royas se volvieron preponderantes y virulentas en todo el territorio, por lo que resulta esencial la elección de genotipos de buen comportamiento y controles químicos efectivos.
Para enfrentar la enfermedad es necesario ponerle números, es decir, no alcanza con una simple observación de campo. El monitoreo debe estar acompañado de la cuantificación de la incidencia y severidad de la enfermedad. La decisión del momento de aplicación de un fungicida, preventivo o curativo, debe dejar de tomarse en función de estadios fenológicos para hacerse en base a un ritual de visitas constantes al lote.
El monitoreo, a modo preventivo, es la principal estrategia para afrontar las enfermedades de trigo. El seguimiento periódico y continuo del cultivo nos permite predecir la evolución de las enfermedades y determinar cuándo es el momento ideal para el control con fungicidas y así evitar que se supere el umbral de daño económico, y que el costo de esa aplicación sea menor a la pérdida de rendimiento -expresado en U$S- causada por la enfermedad.
La medición de la enfermedad nos permitirá conocer su evolución en el lote, el comportamiento sanitario de un cultivar, el impacto de la rotación que estamos utilizando, la manifestación del patógeno de acuerdo al estado nutricional del cultivo, y también la necesidad de control.
Existen dos parámetros para cuantificar las enfermedades: la incidencia y la severidad. Se basan en la visualización de los síntomas – o manifestación externa de la enfermedad en la planta – y en los signos – o manifestación externa del patógeno en cuestión en forma de esporas, pústulas, etc. -. A medida que los síntomas y signos son más intensos y avanzan sobre los órganos de la planta, mayores serán sus efectos en la disminución del rendimiento.
La incidencia, consiste en determinar la presencia, o no, de una determinada enfermedad en la planta, independientemente de la gravedad de su ataque o distribución. Es útil para evaluaciones al inicio del ciclo del cultivo donde interesa detectar la enfermedad y no es posible aún tomar decisiones económicamente eficientes sobre su control. No es un indicador que brinde mayor información sobre el curso de la enfermedad y, menos aún, que permita cuantificar de forma precisa el nivel de daño causado. Expresa simplemente el porcentaje de plantas u órganos enfermos.
I(%)= (pe/pt) x 100
- I = Incidencia
- pe = Plantas u órganos enfermos
- pt = Plantas totales evaluadas
La severidad, en cambio, permite cuantificar la presencia y eventual daño causado por una enfermedad. Esta sí facilita la toma de decisiones de control. Consiste en una estimación visual de la cantidad de tejido vegetal enfermo para establecer el grado de infección. Su determinación es más complicada y requiere adiestramiento, ya que entra en juego la subjetividad del observador. Existen programas o escalas gráficas que facilitan esta tarea de estimación. Es un parámetro mucho más apropiado para la medición de manchas foliares y de royas, enfermedades que afectan una parte del vegetal. Este indicador es el porcentaje de la superficie del órgano afectado y varía entre 0 y 100.
SEVERIDAD (S): (área de tejido enfermo/área total)*100
A fines prácticos y de seguimiento de la evolución de cada epidemia, los valores de incidencia y severidad deben volcarse periódicamente en una planilla, identificando patógeno y lugar de manifestación.
La observación debe arrancar en estadios tempranos del cultivo y mantenerse a lo largo del ciclo, ya que las enfermedades pueden manifestarse en diferentes momentos. En los comienzos de una epidemia es necesario frenar la elevada tasa de multiplicación de los patógenos, y es cuando valores más bajos de incidencia o severidad son los más importantes. Los momentos y umbrales de aplicación van a depender de las características de la enfermedad: virulencia, agresividad y sentido de evolución.
Conocer el sistema donde se está actuando e identificar el patógeno al que estamos apuntando es el primer paso de cualquier estrategia de control químico. En cuanto a los activos, no todas las mezclas y moléculas son iguales, incluso moléculas dentro de una misma familia.
El tratamiento debe realizarse sólo de ser necesario, deben respetarse las dosis de marbete y no aplicar de forma dividida. La aplicación de subdosis tiene como inminente efecto contraproducente el aumento de la probabilidad de generar resistencia a los fungicidas.
Como concepto, debe erradicarse la idea de que un fungicida tiene por objeto ‘apagar incendios’. Estos fueron diseñados para actuar como preventivos y frenar infecciones de forma temprana, cuando la pérdida de performance de nuestro cultivo ya no es lo que entra en juego. El periodo de protección de los productos depende de un conjunto de factores entre los que se destacan: la cantidad de inóculo inicial, la molécula a utilizar, la dosis, la calidad de aplicación y las condiciones ambientales. Así, el periodo indicado en el marbete no necesariamente coincide con el momento más indicado a campo, por lo que debemos estar siempre atentos y monitoreando.
Bibliografía:
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Carmona M, Sautua F. (2014) Conceptos básicos del manejo integrado de enfermedades (MIE). En: Enfermedades del trigo: avances científico en la Argentina. Cordo C, Sisterna M (Eds.) Editorial de la Universidad Nacional de La Plata (EDULP), La Plata, Bs. As. pp. 345-348. ISBN 9789871985357.
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https://inta.gob.ar/sites/default/files/inta_pergamino_panorama_sanitario_de_cultivares_de_trigo_pan_en_el_norte_de_bs_as._camp._2019.pdf
Satorre, E.H.; Benech Arnold, R.L.; Slafer, G.A.; de la Fuente, E.B.; Miralles, D.J.; Otegui, M.E.; Savin, R. (2010) Producción de granos: Bases funcionales para su manejo. Buenos Aires, FAUBA. pp.652-683.