Uno de los temas más importantes del sector agropecuario y del que más se habla en los últimos años, es el de las Buenas Prácticas Agropecuarias (BPA), pero ¿De qué se tratan específicamente y cómo se aplican a nuestra producción?
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), las Buenas Prácticas Agrícolas, “consisten en la aplicación del conocimiento disponible a la utilización sostenible de los recursos naturales básicos para la producción, en forma benévola, de productos agrícolas alimentarios y no alimentarios, inocuos y saludables, a la vez que se procura la vialidad económica y la estabilidad social”.
En Argentina existe, desde hace casi 6 años, una Red de Buenas Prácticas compuesta por diferentes entidades del sector público y privado, que establecen qué son, de qué se tratan y qué se requiere para hacer una Buena Práctica Agropecuaria.
En diálogo con este medio, el Coordinador Técnico de dicha Red, el ingeniero agrónomo Juan Brihet, que representa en dicho espacio a la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, comentó: “Al inicio estábamos los actores especialistas en granos y de cultivos extensivos, y a medida que la Red se fue nutriendo y creciendo empezamos a incorporar también actores de la ganadería, lechería, y de otras cadenas productivas como frutas y hortalizas. En la actualidad somos una Red de Buenas Prácticas Agropecuarias, donde el objetivo central es hacer las cosas bien, y poder dar cuenta de ello”.
Juan Brihet, Coordinador Técnico de la Red de Buenas Prácticas Agropecuarias, analizó con este medio toda la tarea que se viene realizando desde ese espacio conformado por representantes del sector público y privado
Tal como señala Brihet, una figura importante para hacer “las cosas bien”, es la del productor, quién a través de guías, normativas y ejes de trabajo, planifica y desarrolla todos aquellos procesos que son necesarios para el cumplimiento de las Buenas Prácticas, utilizando distintas herramientas para lograr un proceso productivo óptimo y exitoso.
Sin embargo, durante el manejo y el control de los cultivos, es fundamental llevar a cabo dos actividades que permiten la protección y el cuidado de las plantas: la fertilización y pulverización. Sobre este tema, el ingeniero afirmó: “Respecto a los fertilizantes, es una práctica importante porque implica una correcta nutrición de la planta, se promueve lo que es el manejo responsable, en base a las cuatro R que por las siglas en inglés se refiere a cuatro puntos: fuente correcta, en el momento correcto, en el lugar correcto, y con la dosis correcta. Obviamente la planta bien nutrida siempre está mejor preparada frente a adversidades como pueden ser hongos o insectos”.
Manejo integrado
Contar con un plan de fertilización, que contemple las necesidades nutricionales del cultivo y la fertilidad del suelo, forma parte de un diagnóstico que debería realizarse de manera continua para llegar al objetivo productivo, y de ello depende la aplicación del producto que se quiera realizar. Además, el Coordinador Técnico de la Red, agregó: “Hoy para fertilizar hay maquinaria que ha desarrollado mucha tecnología y eso ayuda para todo lo que es el tratamiento de la planta”.
En lo que respecta a la pulverización y al manejo integrado de las plagas, Brihet manifestó: “Con relación a los fitosanitarios, también es muy importante porque lo que hacen es justamente preservar a los cultivos de esas adversidades, hablamos de plagas, pero en el sentido estricto refiere a insectos, malezas y hongos o enfermedades. Entonces todo lo que hace a la pulverización con fitosanitarios busca ese objetivo, preservar los cultivos”.
El manejo integrado de las plagas se realiza a través de un monitoreo permanente del cultivo y un diagnóstico que lleva a conocer la biología de las distintas adversidades que afectan a la planta; para ello, se requiere de un asesor profesional que defina cuál es la acción a tomar en ese momento y qué estrategias de manejo, tales como la rotación de cultivos, la utilización de variedades resistentes y el uso correcto de fitosanitarios, se deberían llevar a cabo para conocer el nivel de daño que puede ocasionar a las plagas que atacan al cultivo.
No trabajar correctamente en la aplicación de las Buenas Prácticas tiene consecuencias de índole económicas, ambientales y sociales, a lo que Brihet agregó: “Si no elegiste el momento correcto de siembra, no cumpliste con las buenas prácticas del manejo de plagas, o de fertilización, y además hiciste malas aplicaciones de productos, el cultivo va a crecer menos, estará afectado por adversidades, tendrá menor aporte de materia orgánica de nutrientes al suelo, y obviamente el rendimiento y la calidad del producto final serán menores”.
Con respecto al impacto económico, el ingeniero detalló: “Cuando se afectan los cultivos, se tiene menor producción regional, eso significa menos logística, servicios, flujo de ingresos local y nacional, y por ende, el impacto social y económico es bastante fuerte”.
El “vacío legal” de las Buenas Prácticas
Desde la Red de Buenas Prácticas Agropecuarias y en conjunto con el gobierno nacional, los Ministerios de Ambiente y de Agricultura, el Senasa, el INTA y el sector privado, promueven y desarrollan una propuesta de anteproyecto de Ley que tiene como objetivo estandarizar los criterios a nivel nacional, respecto de la aplicación de fitosanitarios. Dicho anteproyecto estará preparado para los primeros meses de este año y esperan, desde los diferentes sectores, que pueda ser tratado a la brevedad en el Congreso Nacional.
Si bien en la actualidad tienen vigencia distintas normativas nacionales, tales como la ley de envases, de suelos, y de deforestación, en términos de Buenas Prácticas a veces el “vacío legal” pone en alerta a todos aquellos que demandan una regulación de manera inminente. Con respecto a esto, Brihet sostuvo: “Hoy las provincias tienen distintas normativas, algunas más actualizadas que otras, y a nivel municipal hay una enorme diversidad, donde hay muchas que fueron por el concepto de restricción que no es lo deseable porque deja fuera de actividad no sólo a los productores sino a la región en sí misma, y perdiendo su capacidad productiva local, con todo el impacto social y económico que eso conlleva”.