Es mucho más todavía, casi que ambos mundos resultan inseparables por la estrecha interacción que indefectiblemente se genera entre ellos, en el universo de la protección sanitaria de los cultivos en todo su proceso.
Es por ello que, debido a esa estrecha interacción existente en prácticamente todo el proceso de protección sanitaria de los cultivos, resulta crucial el “favorecer” la posibilidad de detectar errores o fallas en la llegada de las gotas de las aplicaciones al blanco deseado, según las dudas que puedan aparecer en cada caso.
Sin embargo, cuando a un productor agropecuario se le presentan dudas durante la aplicación, y éstas le generan el interés de poner algunas tarjetas dentro del cultivo o en el blanco deseado (según adversidad sanitaria a controlar), le surge esta realidad: ¿adónde recurrir para obtener rápidamente algunas tarjetas sensibles, a fin de conocer lo que está ocurriendo con la llegada de las gotas, y dado el caso hacer una corrección a tiempo?
Pero no…, ante esa “loable intención” la realidad le “devuelve un problema” que contrarresta su repentina inquietud, generada sobre el terreno. Es allí, en ese momento, cuando al productor le aparece la primer restricción resumida en la siguiente situación:
- necesitaría algunas tarjetas, ya!; y un rato más tarde, después de un par de llamadas…
- no las puedo conseguir.
¿Dónde hay una tarjeta sensible, viejo Gómez?…ahora que te necesito. Parafraseando al tema musical: “¿Dónde hay un mango, viejo Gómez?”, de Francisco Canaro e Ivo Pelay (música y letra), otrora popularizado por Tita Merello, ícono de la música rioplatense del siglo pasado.
El esfuerzo en la búsqueda de las tarjetas sensibles llega hasta ahí nomás, generalmente. ¿Y por qué? Porque no dispone de tarjetas y, peor aún, porque enseguida comprueba que tampoco las conseguirá fácilmente en el pueblo… Resultado: partida de defunción sobre la embrionaria intención de usar 3 o 4 tarjetas sensibles (aunque más no sean) para detectar si hay problemas con la llegada de las gotas al blanco, y/o si está aplicando con un tamaño de gotas muy inadecuado.
Porque sin medición, generalmente no hay visualización o detección de un problema de llegada de gotas. Y si no detecto el problema en mi aplicación, difícilmente pueda intentar resolverlo. Más directo: por falta de registro de llegada de las gotas durante la aplicación la falla no aparece,y, por ende, al problema no lo tengo. Como vulgar metáfora, se diría que difícilmente una persona acuda hoy a visitar a un gastroenterólogo si no le duele el estómago ni percibe problema digestivo alguno.
Es decir, que disponer de tarjetas hidrosensibles en tiempo y forma, le permitiría al productor medir la “llegada de gotas” a destino como para “tener una idea” de estar haciendo una aplicación adecuada o quizás no tanto. O peor, tomar conciencia de que la calidad de llegada puede estar muy alejada de lo que se pretendía. Si lo último fuera el caso, podría tomar la decisión de “corregir a tiempo”, gracias a unas pocas tarjetas. En cambio, sin tarjetas sensibles “a mano” y sin la posibilidad de obtenerlas de manera perentoria, seguro que en su lugar toma posición el buenazo del “paresómetro”, el que casi siempre nos indica: “siga, siga, todo bien”.
Lo siguiente no debiera considerarse como una crítica, sino más bien una reflexión tomada de la realidad, y basada en el razonamiento, en la lógica. Y es que el lector agrónomo, productor o asesor, o un empresario, y hasta quizás un especialista en la materia, es probable que caiga en el análisis de: “eso se resuelve fácilmente adquiriendo los paquetes de tarjetas sensibles antes de que se necesiten, en las bocas de expendio que existan (o bien online). Es decir que a través de su “adquisición programada”… ¡se acabaría el problema! Más que sencillo. Y si el potencial usuario de las tarjetas no las adquiere anticipadamente, es porque no está convencido de usarlas” (remate conformista ante una evidente falta de adopción).
A dicha postura, respondería que lo expresado en el párrafo anterior quizás sea muy cierto... en el contexto de un análisis racional aunque a la vez reñido con la realidad, claro. Pero, sobre este tema, se sugiere tener en cuenta no tanto “lo razonable”, o “lo que debiera ser”, sino lo que normalmente ocurre a campo: el interés repentino del productor de usar tarjetas sensibles surge con frecuencia durante la aplicación. Y claramente, en ese momento el potencial usuario no las tiene, aunque quisiera tener de algunas ya mismo, en el lote o a su alcance en el galpón.
Lo que habría que concluir, sin embargo, es que para que se “incorpore” la decisión de adquirir las tarjetas en forma anticipada, primero sería necesario generar la demanda. Es decir, darle la posibilidad al productor de que “visualice primero” las ventajas y el sencillo uso de las tarjetas hidrosensibles, por él mismo. Esa visualización o simple “experiencia personal”, a campo, es la que posteriormente le generará la real demanda o “necesidad de adquirirlas sin apuros”, a fin de poder usarlas durante la campaña cuando la ocasión lo merite.
Pero a fin de tener esa posibilidad práctica, el potencial usuario de las tarjetas sensibles debiera disponerlas “en mano”. Por ejemplo, que pueda encontrarse con algunas tarjetas adjuntadas al producto coadyuvante que compró para usar en la aplicación. Que estén “a mano”, incluso antes de que se le ocurra que podría necesitarlas…
O sea que, si el productor dispusiera de unas pocas tarjetas por Pack o Pallet de productos coadyuvantes (costo insignificante) serían suficientes como para “tener una idea” de lo que está pasando con su aplicación. Podría registrar de manera muy sencilla, y palpable con sus ojos, la llegada de las gotas al blanco. Así, se daría cuenta de lo práctico que resulta usarlas, además de arribar a la satisfacción por el tratamiento que está realizando. O en su defecto, lo que observe el productor en las tarjetas probablemente lo lleve a consultar de inmediato a un asesor (situación deseada) a fin de mejorar su aplicación.
Mejoras en calidad de aplicaciones fitosanitarias y protección ambiental
¿Queremos acelerar el proceso?
La actividad del hombre está ligada a la importancia de la generación y protección de sus alimentos, y de la protección del hombre per sé y su ambiente. De ahí, el sumo interés que se debiera tener por la mejora en la calidad de la aplicación y por la aceleración de dicho proceso global e inevitablemente interrelacionado.
Como un ejemplo específico de lo dicho en cuanto a la mencionada limitación que muestra el productor para el uso de tarjetas sensibles, limitación que impide mayores avances en la calidad de aplicación o impide que éstos sean más rápidos, lo que resulta claro es que se debe trabajar mucho y bien, de manera inteligente y práctica, si es que queremos acelerar este proceso de cambio.
Un apriete de acelerador sería tan merecido como beneficioso para el productor agropecuario. En base a lo anterior, y simplemente como si tratáramos de imaginar un soñado futuro cercano, valdría preguntarse lo siguiente… ¿Qué implicaría para la calidad de las aplicaciones, si la mayoría de los productores experimentaran la oportunidad de usar tarjetas sensibles, al menos de vez en cuando?
Pero, en la búsqueda de acelerar el lento proceso de “incorporar en el campo” avances significativos en la calidad de las aplicaciones con fitosanitarios, demos una vuelta de rosca más. Agudicemos la imaginación sumando a la propuesta una estrategia, en forma adicional y no sustitutiva, esbozada en una segunda pregunta… ¿Qué sería de la protección de los cultivos, en el mediano y largo plazo, si formáramos profesionales agrónomos con mejores herramientas sobre este importante aspecto de la producción y del ambiente?
Pensando siempre con la mejor intención, y para que ello pueda darse… ¿Qué pasaría si en todas, o en casi todas las Facultades de Agronomía del país existiera en su currícula académica una materia sobre: “Calidad de Aplicaciones –aéreas y/o terrestres– según sistemas productivos sustentables?
¿Qué implicaría, imagine, en la formación de ingenieros agrónomos, que por un mayor tratamiento académico sobre la calidad de aplicaciones químicas para una protección sustentable (a través de dicha asignatura), resulten profesionales altamente capacitados en una de las áreas agronómicas más demandadas en la actualidad? Actividad de protección de los cultivos que es muy valorada por cierto, pero también criticada o cuestionada, o en el mejor de los casos puesta muchas veces en tela de juicio por una parte de la sociedad. Los reiterados hechos con planteos legales relacionados con riesgos toxicológicos, para el humano y el ambiente, lo están poniendo cada vez más en evidencia en distintas provincias del país.
Por éste y muchos otros motivos de gran implicancia técnico-productiva, social, económica y ambiental, resulta muy claro inferir la necesidad y la importancia que tiene para el país que los futuros profesionales agrónomos egresen con profundos conocimientos sobre esta temática en calidad de las aplicaciones fitosanitarias en el contexto de una protección segura y eficiente. Área de la Agronomía que actualmente es muy exigida por todo el medio agropecuario, entidades públicas y privadas, ONG´s, etc. Así como también, exigida por la propia producción, por la salud de las personas, y por la imperiosa necesidad de no contaminar productos, suelos, aguas, y el ambiente en general.
Y todo ello tiene que estar, en principio por supuesto, sustentado por los conocimientos de los profesionales agrónomos para que pueda ser posible de la mejor manera. Tan básico como clave. Profesionales que por obvia deducción, en función de lo antedicho y ante la creciente demanda técnica y social, su nivel de conocimiento para una protección vegetal de calidad y ambientalmente segura tiene que ser cada vez mayor, en un país como el nuestro que es extensa e intensamente agropecuario.
País que por sus características pareciera estar ungido, metafóricamente hablando, para alcanzar y aplicar un nivel de conocimientos siempre superior en la calidad de la protección vegetal, en pos de la propia protección del ser humano. Conocimientos que, vale remarcarlo, también deben estar acordes con las crecientes y diferentes exigencias toxicológicas de los mercados internacionales hacia países agroexportadores como el nuestro.
Tales razones que plasman de manera concreta una innegable necesidad de mayores conocimientos en Argentina sobre dicha área de la agronomía, también meritan “la obligación” de formar profesionales agrónomos con una alta capacitación en tecnologías tan eficientes como sustentables sobre la calidad de las aplicaciones fitosanitarias. Aplicaciones para el control de adversidades en la producción de nuestros cultivos que, por las implicancias de estar necesariamente dirigidas a cerca de 50 millones de hectáreas, que están alrededor nuestro, conllevan el enorme desafío de producir alimentos y cuidar el ambiente con la mayor eficiencia y “limpieza” posible.
Por lo tanto, para un área tan amplia y sensible como lo es la “Calidad de las Aplicaciones Aéreas y Terrestres”, en un contexto sistémico dentro de la protección y agroecología de los cultivos, su abordaje académico no alcanza con un tratamiento generalmente escueto y por ende muy parcial “dentro de una materia relacionada”, como ocurre hasta el momento en muchas Facultades de Agronomía en Argentina.
Cabe dejar en claro que “la formación general” de ingenieros agrónomos es realmente buena en la gran mayoría de las Facultades de Agronomía de nuestro país. Sin embargo, como una consecuencia lógica de la evolución, la currícula de materias debe “aggiornarse” al compás de los grandes cambios en áreas tecnológicas estratégicas del país, según sus sistemas productivos y exigencias ambientales, propias e internacionales.
Y el tratamiento de áreas del conocimiento como “Calidad de las Aplicaciones Fitosanitarias en el marco de la Seguridad Ambiental” es un claro ejemplo de la necesidad sobre la adecuación académica de referencia en nuestras Facultades de Agronomía, la cual indudablemente tendrá como gran beneficiario al país y su gente.
En este caso, lo deseable sería una puntual adecuación curricular mediante la incorporación de una materia específica sobre el área temática mencionada, para la necesaria mayor profundidad en el tratamiento académico de los conocimientos correspondientes. Conocimientos que actualmente resultan claves para el ejercicio profesional en relación a la protección de los cultivos con el máximo cuidado posible tanto del hombre como de sus recursos naturales. Todo lo cual tenderá al logro de una protección fitosanitaria eficiente, compatible con sus implicancias productivas, económicas y ambientales, y en correlato con las crecientes demandas internacionales en aspectos toxicológicos.
Por tales argumentos detallados, las Facultades de Agronomía merecen el apoyo irrestricto para que en sus claustros exista el abordaje de la temática sobre calidad de las aplicaciones fitosanitarias aéreas y terrestres con la profundidad y amplitud conceptual que permitiría su tratamiento en una materia específica sobre tan importante área de protección de los cultivos. Es decir, a través de un abordaje docente universitario que resulte equivalente, y no menor, a la profundidad de tratamiento que se brinda en las materias más importantes de las carreras de Agronomía de nuestro país.
Además, el merecido y profundo tratamiento sobre calidad de las aplicaciones fitosanitarias con mínimo impacto ambiental (sustentado en las normativas vigentes y, fundamentalmente, en profesionales con conocimientos de excelencia obtenidos en su carrera académica), sin dudas que trascendería a toda la población. Porque ello le permitiría a las comunidades, tanto urbanas como rurales, comprender que la protección de los cultivos conlleva actividades que pueden ser tan útiles, nobles y suficientemente seguras, e íntimamente aliadas a la producción, al medio y a la Argentina toda. Y así podrían revertirse las dudas que existan al respecto, de al menos parte de la sociedad.
Debemos estar a la altura de las “necesidades”, no solo de las producciones agropecuarias y de las demandas internacionales de calidad de los productos exportables, sino también de las necesidades del ser humano y de su ambiente para una mejor calidad de vida, acá, en nuestro país. Nunca es tarde para los cambios de paradigmas. A diferencia de mucho tiempo atrás, sabemos que, además de la prioritaria necesidad, existe predisposición para ello. Si nos ocupamos podremos hacerlo. Sin dudas que se puede.
Acompañemos a las palabras
Continuando con la generación y adopción de tácticas tecnológicas y de insumos coadyuvantes, de gran implicancia sobre la calidad de las aplicaciones fitosanitarias, podríamos afirmar que hay tantas cuestiones técnicas involucradas que para su análisis necesitaríamos un desarrollo equivalente al de una materia universitaria completa. Es obvio, entonces, que en este informe no exista posibilidad de indagar someramente en los principales aspectos técnicos que inciden en los resultados de la calidad de las aplicaciones, ni ello es objeto del presente análisis. En cambio, sí se ha intentado reflexionar sobre un par de limitantes que, hoy, no facilitan la obtención más acelerada de importantes mejoras en una actividad tan sensible para la Argentina.
Sólo con la idea de ilustrar sobre la necesidad de acompañar “con hechos” lo que reiteradamente se dice y/o se escribe, se podría mencionar lo siguiente, por ejemplo. En lo relativo a insumos que coadyuvan las aplicaciones fitosanitarias (para obtener mejores resultados) muchas veces se piensa en los más conocidos o tradicionales: tensioactivos y aceites o antievaporantes. A pesar de que existan otros, que son “diferentes a los tensioactivos y aceites”, pero no menos importantes.
Algunos de estos tipos de coadyuvantes, disponibles en el mercado desde hace unos cuantos años, recién están “despertando” en el amanecer de su adopción, compatibles con una visión integrada que contribuya al logro de una protección vegetal más eficiente, racional y sustentable.
Como referencia de estos coadyuvantes “diferentes a los tradicionales”, pero que todavía no gozan del suficiente reconocimiento son, entre otros, los llamados “correctores de aguas” (secuestrantes de cationes y correctores de pH, por ejemplo).
Para dar una idea de cómo estamos en este aspecto, cabe el relato de una primer anécdota personal vivenciada sobre estos importantes coadyuvantes pero no tan nuevos, y es la siguiente: Hace unos años fui a dar una charla técnica sobre calidad de aplicación de insecticidas y fungicidas, a una localidad caracterizada por tener aguas de muy mala calidad para la aplicación de agroquímicos. Mala calidad del agua, no solo por su alto pH, sino por la elevada concentración de cationes que suele inutilizar parte del plaguicida de la aplicación (herbicida, insecticida o fungicida).
Como actitud motivadora para los casi 100 productores presentes, solicité que levantaran la mano aquellos que en años anteriores habían hecho analizar el agua del establecimiento, agua disponible para hacer las aplicaciones químicas en sus cultivos. Resultado: en una zona que tiene aguas muy problemáticas, del centenar de productores presentes sólo dos levantaron la mano… Están demás las palabras. La situación reflejada es reveladora de la realidad, y peor aún, sigue reiterándose.
Finalmente, habría mucho más para discurrir sobre esta temática, tan importante para el hombre y su ambiente como lo es de apasionante. Pero quizás lo más auspicioso sería señalar el advenimiento de cambios actitudinales que alimentan el convencimiento de que habrá, muy posiblemente en un corto plazo, avances trascendentes en el proceso de la protección de los cultivos en Argentina.
En todo este proceso, que demanda mayores y mejores esfuerzos en la calidad de las aplicaciones, se han percibido inquietudes formales e informales que no fueron exclusivas de parte de entidades públicas (INTA entre ellas) sino también de AACREA, AAPRESID, consultores privados, de empresas de agroquímicos, etc., sensibilizados por la problemática. Es decir, distintos actores oficiales y privados del quehacer agropecuario, que en conjunto intentan recorrer el valioso camino de la superación sobre el área temática de referencia. Y en ello, en el compromiso de todos, está imbuido… “el desafío de querer crecer”.
Todos sumados en el interés por la búsqueda de nuevas informaciones, y, fundamentalmente, de acciones que faciliten la generación y adopción de nuevas soluciones a fin de poder mejorar, en sentido holístico, la calidad de las aplicaciones fitosanitarias. Siempre con un norte, apuntado a una protección eficiente y moderna, que priorice tanto la sanidad de los cultivos como al ser humano y su ambiente, a fin de contribuir de manera sustentable al logro de una mayor calidad de vida.
Por Ing. Agr. Nicolás Iannone - Coord. Sistema de Alerta - Servicio Técnico - INTA Pergamino
Email: iannone.nicolas@inta.gob.ar