Por Marcelo Carmona y Francisco Sautúa, fitopatólogos de la FAUBA
Este es un año clave para nuestro país. Todos los escenarios están en plena definición: el económico, político, social, agrícola y hasta el climático. Con un 65% o más de probabilidades de que este año sea Niño, se tejen esperanzas para lograr excelentes cultivos, especialmente de soja. Sin embrago y como suele suceder en estos años niño, las enfermedades deben ser atendidas a tiempo. La combinación de la siembra directa con el monocultivo, en conjunto con los cambios climáticos y la difusión de genotipos susceptibles han generado las condiciones óptimas para que algunas enfermedades sean anualmente responsables de significativos daños y pérdidas.
Dentro de este grupo, deben destacarse por su prevalencia y severidad, a las EFC (mancha marrón, tizón púrpura, etc.). El manejo integrado de este complejo comprende el tratamiento de semillas, rotación de cultivos, elección de genotipos tolerantes, manejo nutricional, y eventualmente la aplicación de fungicidas foliares. Desafortunadamente, la resistencia genética en las variedades de soja para combatir a las EFC es escasa, y por ello especial preferencia debe dedicarse al resto de las prácticas.
Los agentes causantes de las EFC sobreviven en semillas y rastrojo. Por lo tanto, especial referencia debería hacerse al manejo sanitario de la semilla y a la rotación de cultivos como medidas preferenciales de control. El análisis sanitario en semillas es una medida importante para definir el destino final de la partida y la selección de fungicidas. La rotación complementa necesariamente el manejo sanitario de la semilla, evitando el establecimiento de los hongos necrotróficos en los lotes de producción que no tengan rastrojo de soja. El uso de fungicidas foliares constituye una herramienta táctica y estratégica de gran utilidad que debe formar parte de una estrategia definida del manejo integrado de las enfermedades.
En este sentido, se debe estudiar en particular las características particulares que poseen las EFC, que las diferencian de otras enfermedades como roya asiática o mancha ojo de rana, al presentar, muchas de ellas, periodos de incubación y latencia largos (significando un tiempo de varios días desde la infección hasta la aparición de síntomas y fructificaciones) , es decir, hay infecciones que avanzan lentamente y que no son visualizadas, como sí sucede con otras enfermedades mencionadas. Por ello, los síntomas de las EFC desarrollan más intensamente hacia el final del ciclo del cultivo, en los estadios R6-R7.Debido a estas características, se dificulta la adopción del control químico, ya que en esos estadios avanzados del cultivo donde se observan mayormente los síntomas, el daño causado por las EFC ya se ha producido durante el período crítico de generación del rendimiento (R3-R5,5) y es tarde para realizar una aplicación de fungicidas.
Mancha marrón en soja
Actualmente gran parte de las decisiones químicas están frecuentemente regulados por el estado fenológico del cultivo (visión fito-céntrica que indica aplicar en R3 o R5), obteniendo resultados erráticos e inestables y muy vinculados las condiciones ambientales. Al respecto, las investigaciones llevadas a cabo en la Cátedra de Fitopatología de la FAUBA han sido muy claras en destacar la importancia de considerar las lluvias acumuladas entre R3-R5.5 para la toma de decisión, a tal punto que en años de bajas precipitaciones entre R3 y R5, la aplicación de fungicidas puede resultar incluso en un margen neto negativo.
Por ello las respuestas de rendimiento agronómico por las aplicaciones de fungicida difieren significativamente entre campañas agrícolas, siendo las precipitaciones entre R3 a R5 las que mejor explican la variabilidad del impacto del uso de fungicidas. El beneficio potencial de la acción de los fungicidas en el rendimiento de soja depende de la cantidad de lluvia registrada en el intervalo R3-R5, pero el momento preciso de la aplicación dependerá del ambiente y las lluvias durante dicho período crítico. Dependiendo de las condiciones ambientales, la aplicación de fungicida (ej. estrobirulinas más triazol o mezclas que contengan carboxamidas) podría realizarse en R3, R4 o R5. Hay dos opciones (i) medir la cantidad de lluvias desde R3 en adelante y cuando las lluvias acumuladas alcancen (para este año) 30-40 mm, proceder con la aplicación del fungicida o (ii) Proceder en base a un pronóstico climático muy preciso (tiempo y volumen).
Las respuestas de rendimiento agronómico por las aplicaciones de fungicida difieren significativamente entre campañas agrícolas, siendo las precipitaciones entre R3 a R5 las que mejor explican la variabilidad del impacto del uso de fungicidas.
En este caso, cuando el pronóstico predice la ocurrencia de 30-40 mm de lluvia entre R3 y R5, proceder a la aplicación antes del comienzo de las precipitaciones En este último caso hay más riesgo, pues dependerá del pronóstico. Las lluvias entre R1 a R3 no son significativas para explicar respuesta al uso de fungicidas. La respuesta en el rendimiento es mayor para las aplicaciones en R3 en comparación con las de R5, cuanto más lluviosos sea el año. Si llueve 30-40 mm las respuestas son semejantes para ambos momentos, pero a medida que la lluvias se incrementan, las aplicaciones realizadas en R3 son significativamente superiores a las de R5. Con periodos lluviosos entre R3-R5, monocultivo y presencia de inóculo o síntomas de EFC en el campo (sin necesidad de cuantificar los mismos), la respuesta al uso está garantizada. Estar atentos a este probable año niño que se avecina.