En los últimos tres años, no hubo grandes alarmas en materia de plagas, salvo por la acción del gusano cogollero en maíz, incluyendo los genéticamente tolerantes. Sin embargo, en esta campaña otoño-invernal hay un insecto que está comenzando a generar mucha preocupación: el pulgón.
Hay reportes de alta incidencia en lotes de trigo y pasturas –especialmente, alfalfa–, que han llamado la atención de los productores, en toda la zona central de Córdoba y Santa Fe, y también en el NOA. Los últimos informes sobre cultivos de las Bolsas de Cereales de Córdoba y de Buenos Aires, por ejemplo, reportaron su presencia.
El problema se debe a que los productores, en general, se habían desacostumbrado a esta plaga y no saben qué herramientas usar para controlarla. Muchas de las consultas que estamos recibiendo son, por ejemplo, porque no funcionan los productos fitosanitarios que usan en otras especies; entonces, no saben qué aplicar.
Un primer aspecto que hay que tener en cuenta es que no todos los pulgones son iguales, sobre todo los que atacan la alfalfa. Hay al menos cuatro especies de pulgones, pero los más usuales son el verde y el azul. El obstáculo surge cuando no son diferenciados correctamente y se busca controlarlos de una misma manera, cuando tienen una susceptibilidad distinta a las aplicaciones.
El pulgón verde se controla más fácil, porque se expone más en la planta y se ve afectado en el contacto con el plaguicida. El azul, en tanto, es mucho más dañino: equivale a siete u ocho verdes; si no se descubre a tiempo, con muy baja población ya hace daño.
Pulgón en garbanzo.
La característica del pulgón azul es que se ubica en los brotes de los cultivos, entonces es difícil alcanzarlo con productos de contacto. La recomendación entonces es buscar principios activos que lleguen al tallo o a las hojas y se introduzcan en el interior de la planta, los llamados sistémicos. De esta manera el producto se mueve por la planta durante un tiempo y alcanza al pulgón dondequiera que se encuentre, desde el punto de la aplicación en forma ascendente (acrópeta).
En caso de que se usen químicos de contacto, hay que programar la pulverizadora para que aplique gotas muy finas y de bajo volumen, pero cuidando evitar la deriva.
Pero lo primordial es intensificar los monitoreos. Si llegamos tarde a verlos y controlarlos, los productos no funcionan de la misma manera, pueden controlar el 80 por ciento de la plaga, pero todavía permanece el 20 por ciento que es una cantidad importantísima y puede hacer mucho daño. Son insectos que frenan el crecimiento de la planta y reducen la producción de materia seca; por ende, provocan un fuerte daño económico.
Hay que recordar que, hace tiempo, eran la plaga número uno en alfalfa; lo que sucedió en los últimos años fue que el clima no acompañó a la biología de los pulgones para que se propagaran como en esta oportunidad. Ahora no lo vieron, se escapó y se ha vuelto difícil de controlar.
Esto es parte también de un problema sistémico: no estamos acostumbrados a manejar las plagas, sólo a controlarlas o a querer eliminarlas. Hay que pensar en productos selectivos que maten sólo al pulgón y preserven los controladores biológicos: cuando queremos apagar un incendio a veces barremos con todo, y hay pequeñas avispas, vaquitas, y otros predadores y parásitos que están en la alfalfa y ayudan al control de plagas.
Otros cultivos también se han visto afectados como el garbanzo. Las plantas estresadas por sequía son más susceptibles al ataque. Los pulgones sinergizan el efecto de stress hídrico.
Ese es el mejor manejo: Monitoreo, identificación de la plaga, y en caso de ser necesario un control usar productos selectivos de bajo impacto, quizás es más trabajoso, pero hacer lo que se hace siempre es sinónimo de menor eficiencia y por ende implica pérdidas económicas.