Soy doctor profesor titular de fitopatología, en la Facultad de Agronomía de la UBA. Sabemos que el control químico de las enfermedades es una de las medidas de manejo más empleadas en la agricultura moderna, debido a que los fungicidas se han convertido en una parte integral de la producción de alimentos. Siempre pensé que los fungicidas deben ser utilizados solo cuando sea necesario y a las dosis apropiadas. La tendencia de su uso en cultivos extensivos "por estado fenológico", "por las dudas para proteger" o contrariamente cuando se aplica tarde "casi por venganza contra el hongo", me parecen decisiones fáciles y cómodas, pero técnicamente débiles.
Más aún, cuando las dosis recomendadas se las dividen en partes (dosis dividida), o se las disminuye (subdosis), para sentir la falsa sensación de bienestar económico.
La aparición de resistencia a los diferentes principios activos fungicidas es hoy uno de los aspectos más importantes en el mundo entero, ya que cuando se detecta resistencia de un hongo a uno o varios fungicidas, se genera un perjuicio directo al productor y a la comunidad toda.
Claro que salir de la comodidad de la prevención y definir el momento de control para llegar justo a tiempo, determinar la dosis apropiada y evitar la aparición de resistencia, no son tareas sencillas. Para desarrollar estas ideas propongo redefinir el concepto de "fungicida" por uno más moderno, concientizador y sustentable: "un controlador poblacional que busca disminuir o detener una población microscópica de hongos en una población de plantas, sin que dañe el ambiente, sin que aparezcan cepas resistentes y que al mismo tiempo genere rentabilidad".
El punto clave aquí es equilibrar el control efectivo de la enfermedad y la estrategia antiresistencia con el beneficio económico para el productor. Es importante destacar que el empleo de subdosis o aplicar "por las dudas" o tarde, lleva a aumentar el riesgo de generar resistencia. Sin embargo, y en términos prácticos, tarde o temprano, los casos de resistencia podrán surgir en los cultivos y será muy difícil actuar eficientemente para eliminar la aparición de cepas resistentes en el campo.
A pesar de ello, el riesgo, y por lo tanto el tiempo en que ello ocurra, pueden ser minimizados en gran medida integrando la mayor cantidad de estrategias antiresistencia (respetar las dosis de marbete, mezclar y rotar mecanismos de acción, aplicar solo cuando sea necesario por umbrales o con indicadores científicamente fundamentados, complementar a los fungicidas con inductores de la resistencia, etcétera).
Estas buenas prácticas antiresistencia deben estar enmarcadas dentro de un programa integrado de manejo de enfermedades (uso de variedades resistentes o tolerantes, rotaciones, uso de semilla libre de patógenos, etcétera), de manera de retrasar el desarrollo de subpoblaciones de patógenos resistentes.
Quiero, finalmente, dejar constancia de que sin la adopción de las medidas de manejo antiresistencia dentro de un programa de manejo integrado de enfermedades, la historia volverá a repetirse y la batalla ganada por las malezas a los herbicidas se repetirá por los hongos a los fungicidas, solo es cuestión de tiempo. Evitemos el déjà vu.