La sucesión de campañas marcadas por el refugio en la soja, por la falta de rentabilidad en los cereales, profundizó la pérdida de nutrientes en los lotes agrícolas. Los técnicos y asesores que siguen de cerca la fertilidad de los suelos advierten que en los últimos años cayó el nivel de materia orgánica y hay un balance negativo en minerales esenciales para los rendimientos, como el fósforo, el nitrógeno y el potasio.
Es una cuestión que desde hace varios años viene planteando el ingeniero Miguel Pilatti, experto en suelos de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), que tiene su base en Esperanza (a 30 kilómetros de Santa Fe).
“Los suelos del centro de Santa Fe, por ejemplo, perdieron el 40% de su capacidad productiva y el balance de materia orgánica no cierra con las rotaciones a las que se viene apostando”, advirtió Pilatti, en una entrevista con Clarín Rural.
Sumar más gramíneas a la rotación, como el maíz, es fundamental para recuperar materia orgánica, aseguran desde la UNL y el INTA.
Para que los suelos conserven su aptitud productiva, con condiciones favorables para la actividad biológica, según este ingeniero se necesita un porcentaje del 3% de materia orgánica en los primeros 15 centímetros del suelo. “En la actualidad apenas llega el 2,1% y cuesta mucho trabajo recuperar cada punto”, contó.
El otro problema es la altura de la napa freática. En los campos cercanos a Humboldt y Rafaela, en plena cuenca lechera central, el nivel de la napa solía estar a unos 12 metros de la superficie y ahora oscila entre 1 y 3 metros, un escenario que genera muchas complicaciones cuando hay lluvias intensas, como sucedió en las últimas campañas.
“Para incrementar la materia orgánica en los lotes y también para consumir los excedentes hídricos, en los ciclos húmedos, hay que aumentar el peso de las gramíneas en las rotaciones (maíz, trigo, avena, cebada, etc.) y también apostar a las pasturas que tienen raíces más profundas, como la alfalfa”, explicó Pilatti.
En un contexto en el que es necesario recuperar fertilidad, el ingeniero de la UNL recomienda planificar los esquemas con la premisa de dejar en el suelo entre 10.000 y 15.000 kilos de materia seca por hectárea por año.
Hay varios especialistas del INTA que coinciden en este diagnóstico y en la necesidad de apostar a la intensificación, la rotación de cultivos y a la fertilización como estrategias para reducir brechas rendimientos.
Rodolfo Gil, experto en conservación y manejo de suelos del INTA, recordó que el suelo es un “recurso frágil” que requiere protección y un uso responsable. “Es fundamental revertir la disminución de los contenidos de materia orgánica y de nutrientes en los suelos de la Región Pampeana para recuperar su capacidad productiva y reducir las brechas de rendimientos”, aseguró Gil.
En su opinión, las estrategias deberían enfocarse en la intensificación (más cultivos por unidad de superficie y tiempo), la rotación y la fertilización. “La materia orgánica no se puede comprar, hay que fabricarla”, insistió Gil.
Para incorporarla al suelo -explicó-, la única manera de hacerlo es secuestrando más carbono de la atmósfera a través de la fotosíntesis de las plantas; esto quiere decir que es necesario mantener el suelo ocupado durante la mayor parte del año en la medida que la oferta de agua de la región lo permita, evitando los monocultivos.
Gustavo Ferraris, especialista en nutrición de cultivos del INTA Pergamino, contó que en los últimos años los suelos de la región pampeana sufrieron un proceso de degradación debido a la subfertilización y a la realización de un único cultivo -la soja- y destacó que la siembra directa y la rotación permitieron mejorar y amortiguar estos efectos.
El experto reconoció que el hecho de que durante mucho tiempo la oleaginosa ocupó la mayor parte de la superficie agrícola derivó en el ascenso de las napas y el desarrollo endémico de malezas y plagas, debido al uso de los mismos herbicidas en varias campañas consecutivas.
En este sentido, la inclusión de cultivos de cobertura –tanto de gramíneas como leguminosas– es una alternativa para mejorar las propiedades físicas del suelo, equilibrar el balance de carbono e incrementar significativamente la productividad del agua y de los nutrientes, a la vez que potencia la actividad biológica y la cantidad de raíces en el suelo”, señaló Gil.
La reapertura de los mercados de maíz y de trigo impulsó la vuelta de las gramíneas. “La superficie de trigo y maíz aumentaron considerablemente, lo que sumado a la mejora en la relación de los precios entre los fertilizantes y los granos, alienta a una mayor incorporación de fertilizantes”, destacó Ferraris. Este escenario favorece la conformación de sistemas agronómicos más complejos y diversificados.
En el centro de Santa Fe, la napa pasó de estar a 12 metros de profundidad a entre uno y tres metros, según datos de la UNL. Otro tema que preocupa.
En la región pampeana hay una distancia importante entre los rendimientos alcanzables y los logrados. “Estas diferencias están muy relacionadas con los niveles de nutrientes disponibles y las fallas en la fertilización: dosis, forma y momento de la aplicación en relación al sistema de producción y diagnóstico”, analizó Gil.
Según el INTA, en la zona núcleo la soja puede rendir hasta 1.500 kilos más sólo con la correcta aplicación de la tecnología y el maíz hasta 5.000 kilos. “Es decir que hay una brecha de rendimiento todavía a considerar”, planteó Ferraris.
Una serie de ensayos que se realizaron en lotes ubicados en los partidos bonaerenses de Bragado y Chivilcoy determinaron que tanto la disponibilidad de agua como de nutrientes son los factores que más influyen en el rinde potencial de un cultivo, pero las malezas, enfermedades y plagas también son claves.
La respuesta de la aplicación de fósforo y azufre puede incrementar los rendimientos en maíz, trigo y soja, y es un aliado de peso para que los cultivos puedan aprovechar mejor el agua.
La conclusión de Gil es que para mantener la capacidad productiva de los suelos es importante considerar no sólo la fertilización del cultivo en particular sino la nutrición del sistema en su conjunto, y eso se logra a través de la aplicación e integración de las buenas prácticas de manejo que acompañan a la fertilización.