La problemática algodonera siempre fue compleja. Creo que en estos momentos es más compleja aun. Uno de los motivos es la explosión en esta última campaña de la plaga conocida como picudo algodonero. Es una plaga específica del algodón, que no ataca otro cultivo, pero el daño que provoca es tremendo.
Si bien el ingreso a la Argentina, proveniente de países vecinos desde 1993, no fue hasta inicios del 2000, por el Chaco, no mostró su capacidad de daño hasta la campaña 2010/11. Si bien no soy ningún especialista, me limito a reflexionar acerca de la situación actual de esta plaga y sus efectos.
Esta es una plaga distinta y que requiere de prevención y de actuar anticipada y coordinadamente.
Su historia y daños se remonta a inicios de siglo pasado, cuando varios países debieron abandonar el cultivo ante la imposibilidad de su control. Las estrategias usadas por algunos países fueron de lo más diversas, como la de EE.UU., que implementó un sistema de erradicación, con una organización y financiación a cargo del Estado, pero el costo recayó, en gran parte, en los productores. Tuvieron éxito, pero hasta el día de hoy se continua con el monitoreo, para detectar su posible reaparición y actuar en consecuencia.
Países como Brasil implementaron una convivencia con el picudo y hoy están pensando, en algunos Estados, en la erradicación (Bahía) y, en otros, en convivir. En ambas situaciones, el sistema de control de la plaga es sumamente exigente. En estados como Bahía, donde hoy hay un polo algodonero con más de 370.000 hectáreras, desmotadoras y toda una industria atrás, la Fundación Bahía, los productores y técnicos involucrados, tardaron, por lo menos, tres años en comenzar a tener resultados en su lucha contra el picudo. Luego se sumó el Estado, a través de leyes muy estrictas de beneficios y castigos. Cada parte cumple su función, de manera puntual. Donde falla un eslabón, falla la cadena En el Chaco, esta campaña 2011/12 me da la impresión que ya está jugada. Es llamativa la contradicción de la situación actual y el mensaje desde el gobierno acerca de la importancia de dar “valor agregado a nuestra producción” o de la “industrialización de la ruralidad”. Si hay un sector de la actividad primaria que necesita de la industria y la industria necesita de la materia prima, es el algodonero. Muchas industrias hilanderas, de teñido y confección se alimentan del algodón argentino. Es más, hay planes de instalar un polo textil en Chaco. No resulta tan fácil para algunas industrias importar algodón de otros países. La gravedad de la situación es tal que el algodón puede desaparecer. Estamos en una emergencia y no se toma conciencia del problema.
El sector privado y el Estado se deben unir en una sola dirección y trabajar en forma conjunta. Ambos se necesitan: el Estado debe hacer cumplir las leyes inexorablemente y mejorarlas para esta situación de emergencia, y el productor capacitarse y unirse entre vecinos y entre zonas y hacerse cargo del control de la plaga. Hoy no hay que esperar que la solución venga del Estado. Esa instancia ya pasó. No imagino otra posibilidad hoy en día.
Si bien tanto el sector privado como el público son responsables de su difusión y su control, hay acciones que solo pueden quedar en manos del Estado: hay muchos productores no tecnificados que, en general, explotan superficies pequeñas y son focos de generación y dispersión de la plaga. Así, no sólo ellos van a desaparecer sino que dichos focos van a producir enormes daños al resto de los otros productores que quieren hacer bien las cosas. Tal vez este sea el problema más grave hoy. Lo ideal sería que se los ayude a producir otro cultivo y mientras tanto se los subvencione para que no siembren algodón. Si no se encara en serio este tema, grandes zonas van a desaparecer, como ya está pasando en el centro del Chaco. Según los últimos censos no oficiales, los productores no tecnificados no serían mucho más de 9.000. Estos no representan ni un 6% de la superficie de algodón, lo cual puede causar estragos sin control de la plaga.
Hay una migración de productores de zonas infestadas a zonas más limpias. Esto va a durar poco, ya que sin organización, la plaga se va a difundir. Esto puede generar desempleo en varios pueblos del interior y los intendentes deberían involucrarse en la lucha contra la plaga.
Es fundamental llegar al productor con un solo mensaje y capacitarlo (creo que es función del INTA, que tiene una oportunidad fantástica para recuperar el liderazgo que supo tener en algodón y que ha perdido. Hay que aprovechar los recursos que posee para ponerlos al servicio de esta emergencia).
El Senasa debe hacer cumplir las leyes y complementarlas con normas estrictas de sanidad que se cumplan a todo orden. La Secretaría de Agricultura de la provincia debe actuar básicamente con los productores no tecnificados, ayudando intensamente a armar las comisiones de lucha, porque éstas no surgen naturalmente, y debe controlar su funcionamiento. Pero la falta de un coordinador general, con decisión y autoridad suficiente para hacer lo que hay que hacer, no aparece. Este es el problema más grave. Las acciones que se van a tomar hoy en día son sólo acciones aisladas, que no van a evitar un desastre futuro. El sector privado, con su enorme dispersión, y el sector público, con instituciones que están actuando separadamente, sin coordinación. Los recursos están; no es un problema de presupuesto; es un problema de organización.
En el oeste del Chaco, donde el picudo recién se comenzó a instalar, se está armando una asociación con el fin de coordinar la lucha, que ya comenzó a trabajar: el principal objetivo es que todos los productores estén adentro y se cumplan las normas básicas que todos sabemos: parece fácil, pero no lo es. Es financiada por los mismos productores de la zona, de todo tamaño. Ojalá la experiencia se pueda repetir en varias zonas, así no van a quedar islas de productores algodoneros, sino amplias zonas que tengan un control coordinado.