La fertilización de la soja es una asignatura pendiente para los productores argentinos. Aplicar fertilizantes en este cultivo puede ser una misión reconstructiva clave, pero además puede elevar el potencial del rendimiento.
De achicar brechas se trata.En la localidad de 25 de Mayo, plena Cuenca del Salado bonaerense, el asesor técnico Andrés Pulero le relata a Clarín Rural su experiencia de fertilizar la soja y afirma que el comportamiento que se observa en el cultivo amerita hacer esta práctica.
Lo sucedido en esa zona hasta este momento, cuenta Pulero, se asemeja a otras regiones en las cuales se perdieron las rotaciones, se redujo al mínimo la fertilización y los campos tenían alta repetición de siembra de soja.
“Más allá de si el campo es propio, está bajo un arrendamiento de largo plazo o solo por contrato de un año, el impacto de la fertilización en el cultivo es contundente, y por esto se logra un aumento claro de los rendimientos”, dice el técnico, mientras mira un ensayo comparativo de diferentes estrategias de fertilización en soja en un campo que arrienda La Bragadense, empresa para la que él trabaja.
La soja responde con creces a una fertilización fósforada.
Por otra parte, agrega que hacer un análisis económico por el rendimiento extra que se logra al fertilizar es una accción lógica, pero no tiene dudas de que los márgenes obtenidos por el plus de rendimiento superan los costos de la práctica. El técnico insiste con la importancia de las rotaciones y destaca que gracias al trigo y al maíz, cultivos que hasta el momento eran inviables en la zona, se volverá a pensar en dosis que reconstruyan el fósforo en los heterogéneos suelos de la cuenca del Salado.
En esta línea, el técnico Guillermo Pugliese, especializado en fertilización de cultivos y que recorre varias zonas productivas de la provincia de Buenos Aires, aporta su opinión sobre planteos de alta nutrición en soja.
“Después de varios años de hacer ensayos sobre el impacto de la fertilización en el cultivo, estoy convencido de que responde en los campos bien manejados desde el punto de vista de la nutrición. Lo hace el primer año, sobre todo cuando el campo está con bajos niveles de fósforo (menos de doce partes por millón), y su respuesta se marca mucho más con la fertilización residual”, sostiene el técnico, que desarrolla su actividad profesional en Bunge.
Guillermo Pugliese es experto de Bunge.
Ya sea en el primer año o apuntando al manejo de la fertilización en el largo plazo, Pugliese comenta que es una forma de ir achicando la brecha entre los rendimientos logrados y los alcanzables, ya que se maximiza el potencial de un ambiente determinado, y se obtiene un rinde diferente y un margen extra.Por otra parte, el asesor plantea que en la medida en que se eleva el nivel de fósforo del ambiente se van haciendo limitantes otros nutrientes a los cuales se les debe prestar especial atención, como el azufre y/o el boro.
Pugliese se encarga de conducir ensayos en campo de productores, llevando una propuesta que, en definitiva, es una estrategia de fertilización que eleva la dosis media de fósforo que aplican los productores. Con esa experiencia, concluye que “en la mayoría de los casos, proponemos, para la aplicación del fósforo en soja de primera, hacer un 70% de la dosis en invierno y un 30% a la siembra. Nuestra experiencia muestra que logramos un 20% más de rendimiento respecto al ensayo testigo y un 14% sobre la que practican los productores”.
Así, concluye que “los márgenes de un planteo de alta tecnología casi duplican los que se logran con el manejo del productor y son mucho más sustentables”.