El Sorgo de alepo resistente a glifosato fue declarado en 2005, dando inicio a la era de las malezas resistentes a este herbicida en la Argentina. Luego le continuaron los raigrases, la Avena negra y las gramíneas anuales estivales.
También se sumaron la Gramilla mansa y el Pasto amargo, entre las perennes. A la fecha se encuentran confirmadas nueve especies gramíneas resistentes (Tabla 1). De todas ellas, 3 son de crecimiento invernal y las 6 restantes de crecimiento estival. Las 3 primeras se encuentran en el centro-sur del área agrícola del país, donde prevalecen los cultivos de invierno, mientras que las de crecimiento estival, se ubican en el centro-norte del país, donde predominan los cultivos de verano.
El caso “Sorgo de Alepo”
Desde el 2005 los biotipos resistentes de esta especie se encuentran en franca expansión, colonizando nuevas regiones, en las que antiguamente estaba ausente, y aumentando la superficie afectada en aquellas zonas donde ya se observaba su presencia (Figura 1). En todos estos casos, la principal -y casi única- herramienta de control fueron los graminicidas post-emergentes FOP y DIM (Haloxifop, Quizalofop, Fluazifop, Propaquizafop, Cletodim, principalmente).
Como era de esperarse, en esta campaña se lanzó el alerta amarillo por escapes de plantas de Sorgo de Alepo a graminicidas FOP en el centro-norte de Córdoba, con algunas sospechas más en otras zonas.
Finalmente se acaba de confirmar su resistencia en un biotipo del norte de Santa Fe.
A partir de aquí, hay dos opciones: tomárselo “a la ligera” y pensarlo eventualmente como “un nombre más” dentro de la lista de resistencias múltiples, o bien reflexionar, de forma prospectiva, sobre cómo este biotipo podría complicar enormemente el manejo.
Figura 1. Distribución de Sorgo de alepo resistente a glifosato
Si buscamos los registros de herbicidas en Argentina para el control de gramíneas, encontramos que hay varios modos de acción presentes (Tabla 2). Si separamos los que pueden utilizarse en cada uno de los principales cultivos, vemos que hay 6 para girasol, 7 para soja y para maíz, y sólo 3 para sorgo.
Si observamos cuántos de ellos pueden aplicarse en post-emergencia del cultivo (es decir cuántos son selectivos) nos encontramos que quedan 2 para girasol, 4 para maíz, 3 para soja y ninguno para sorgo. Todo ello, asumiendo que no existen resistencias a ningún herbicida en las gramíneas presentes.
Ahora bien, si consideramos que ya tenemos Sorgo de alepo resistente a glifosato, a lo que se suman la resistencia a graminicidas del grupo ACC, la lista de reduce quedando sólo los ALS en post-emergencia de soja (Imazatapir) y girasol (Imazapyr+Imazetapir -en híbridos CL-).
Para maíz, la lista es un poco más extensa, ya que continúan presentes los ALS (Foramsulfuron+Iodosulfuron, Nicosulfuron, Imazapyr+Imazetapir -en híbridos CL-), los Inhibidores de las Síntesis de Carotenoides (Topramezone, Mesotrione, Isoxaflutole) y los inhibidores de la Glutamino Sintetasa (Glufosinato de amonio).
Si continuamos avanzando (Figura 2) y analizamos las ALS, podemos observar que se trata de un grupo de herbicidas muy utilizado, de amplio espectro, con residualidad, de baja toxicidad, pero con el inconveniente de generar resistencias fácilmente.
Tal es así, que a nivel mundial hay más de 150 especies resistentes a estos herbicidas, dentro de los cuales se encuentra el Sorgo de Alepo en Estados Unidos, Italia, Chile, México y Venezuela. En Argentina, la resistencia a este grupo se encuentra en Lolium multiflorum y posiblemente en Echinochloa sp.
Con este contexto, sería prudente recomendar el uso de las ALS siempre y cuando se respete un plan de manejo que implique la rotación de modos de acción.
Cabe preguntarnos entonces: ¿cuánto puede durar en el tiempo un manejo, sin aparición de resistencias, cuando sólo queda este único modo de acción para aplicaciones post-emergentes?, y por otro lado: ¿en cuánto se reduciría ese tiempo si consideramos adicionalmente el uso de las ALS durante barbechos como pre-emergentes y post-emergentes de la maleza? Todo hace pensar que muy poco.
Sin glifosato y sin graminicidas ACC ni ALS, no tendríamos posibilidades de control químico de Sorgo de alepo dentro de los cultivos de soja y girasol. ¿Es momento de volver a la vieja “soguita” con herbicidas no selectivos?
Por supuesto que aún contamos con una amplia gama de pre-emergentes, aunque esto no será suficiente si tenemos en cuenta que, si bien los pre-emergentes son indispensables para rotar modos de acción y para controlar las malezas en su etapa más vulnerable (germinación) disminuyendo así el banco de semillas, siempre existirá un porcentaje de plantas que escapará a estos tratamientos y que deberá ser controlado con post-emergentes.
Más aún, si consideramos que esta herramienta tiene menos posibilidades en aquellos ambientes de precipitaciones irregulares (ya que los pre-emergentes necesitan agua para ser incorporados al suelo y tener actividad herbicida) el manejo se complicará, y mucho.
Otros posibles casos en el futuro.
Mismo destino que el Sorgo de Alepo pueden sufrir otras de las gramíneas que, ya resistentes a glifosato, están siendo controladas – al igual que el Sorgo de Alepo – casi exclusivamente con graminicidas FOP y DIM. Tampoco están exentas las gramíneas tolerantes a glifosato como los Chloris, Trichloris y Pappophorum, a las que también se las controla con estos graminicidas, en varias aplicaciones por campaña.
De todos los posibles casos que pudieran surgir en el futuro bajo sistemas en siembra directa, quizás los más difíciles de manejar sean los de las gramíneas perennes (Cynodon hirsutus, Digitaria insularis, algunas Chlorideas), porque una vez instaladas en el lote logran rebrotar, luego de cada aplicación de herbicida, a través de sus estructuras de reserva (matas, rizomas o estolones).
Por otro lado, de presentarse alguno de los casos anteriores, nadie podrá contar con la tranquilidad de saberse alejado del supuesto foco, ni creerse con tiempo de ventaja (aquel que le tomaría al nuevo biotipo atravesar “las pampas” hasta golpear su tranquera).
Muy por el contario, la aplicación de un mismo manejo a lo largo de toda el área agrícola donde están presentes estas gramíneas, implicará probablemente – no olvidar que la resistencia es una simple cuestión de probabilidad – que estos nuevos casos se generen de forma paralela, en diversos puntos del país. Así sucedió con el Sorgo de Alepo RG el cual surgió en varios puntos geográficos de la Argentina.
¡Una buena!
Afortunadamente, el desenlace de lo que hasta ahora parece un cuento de terror, depende en gran medida de nosotros.
Por un lado, hay algunas tecnologías a lanzarse en el corto y mediano plazo que pueden colaborar, en parte, a sobrellevar la situación. Tal es el caso del evento de resistencia a glufosinato de amonio en soja, ya aprobado en Argentina – aunque no todavía comercialmente -, así como la resistencia a los HPPD también en soja, herbicidas del grupo de los Inhibidores de la Síntesis de Carotenoides (Isoxaflutole).
Ambos eventos permitirían contar con alguna herramienta más en post-emergencia del cultivo, sin olvidar que en ninguno de estos casos hablamos de “nuevos glifosatos”, sino que se trata de herbicidas cuyo control dependerá en gran parte del tamaño de las malezas, condiciones ambientales, calidad de aplicación, etc. Como dato extra, ambos modos de acción poseen moderadamente baja probabilidad de generación de resistencia, a diferencia de los ACC y los ALS.
Queda claro que empezamos una nueva etapa, más compleja. Algunas soluciones ya existen, sólo habrá que adaptarlas, pero muchas otras deberán ser generadas, y eso tiene que ser ahora. La situación argentina es única, por el tipo de malezas y por el sistema de producción local, por lo que no podemos esperar recetas del extranjero.
Tampoco se trata de volver simplemente al manejo de los años 80, previo a la incorporación de la tecnología RR – como suele escucharse -, ya que la situación es totalmente diferente.
Las malezas son otras (resistentes y tolerantes) y por ende los herbicidas en ese entonces exitosos, tanto en barbecho (glifosato) como dentro del cultivo (graminicidas), hoy dejan de ser útiles. De manera que tenemos que tomar de aquellos tiempos la dedicación al seguimiento de las malezas, pero no podemos extrapolar cualquier solución.
En ese camino, habrá que considerar las malezas como una parte importante del ambiente productivo, como lo son hoy las precipitaciones, las heladas, la presencia de napa o la textura del suelo porque, al igual que estas variables, las malezas limitan la producción, y porque las herramientas con las que contamos para defendernos son cada vez menos.
En muchos casos, habrá que pasar de un manejo netamente ofensivo a uno más defensivo, cambiando cultivos, variedades, fechas de siembra, densidades, distanciamiento entre surcos y demás variables, con el objetivo de minimizar las pérdidas y mantener el sistema en funcionamiento. En otras zonas, quizás hagan falta cambios aún más drásticos.
Por último, todas las acciones que puedan o deban implementarse, deberán ejecutarse en un marco de rentabilidad reducida y de alta presión social hacia nuestra forma de producir.
Por suerte, en toda crisis hay oportunidades, pero las mismas deberán aprovecharse hoy, haciendo todo lo que esté a nuestro alcance – y aún más – si queremos estar entre los futuros ganadores y no quedar en el camino.